domingo, 12 de junio de 2016

Suelta el ancla

     En la vida tendremos éxitos y decepciones en una proporción casi idéntica. Nuestro paso por el mundo no es más que un continuo aprendizaje de nuestros errores, más que una cuenta de las veces que caemos y las que nos levantamos, más que nuestra voluntad de nunca dejar que la vida nos gane en este partido; todo eso define que al final, la tabla de posiciones nos coloque como ganadores o derrotados. Y, por supuesto, el amor y las relaciones no podrían ser la excepción.

     Solo es cuestión de observar cómo esta fuerza ha moldeado el mundo y nuestra concepción del mismo: por amor se libró la guerra de Troya, que enfrentó a dos grandes imperios durante 10 años en una encarnizada lucha, en la que el único premio era una hermosa mujer; por amor se edificó el Taj Mahal, que sin lugar a dudas es una de las construcciones más hermosas que se han creado sobre nuestro planeta; por amor se escribieron historias que siguen siendo inspiración para las nuevas generaciones, a pesar de tener siglos: sin importar la edad todos conocemos a los trágicos enamorados Romeo y Julieta.

     Pero partiendo de los amantes de Shakespeare podemos formular una pregunta: ¿Sale siempre victorioso el amor? Si recordamos la inmortal novela, sus protagonistas murieron como muestra de lo mucho que se amaban y como forma de oponerse a las fuerzas externas que se cernían sobre ellos y amenazaban con poner fin a su historia juntos. Ese simple ejemplo nos permite establecer que muchas veces son factores externos los que golpean una relación y la empujan al abismo; pero sin olvidar que la misma cantidad de veces son nuestros demonios internos los que terminan rompiendo la cúpula que sustenta la relación.

     Sea cual sea el motivo hay algo que sí debemos recordar: a diferencia de Romeo y Julieta, o del descorazonado Werther; la gente común no va por la vida suicidándose ante las dificultades amorosas. ¿Significa eso que los personajes literarios aman más que nosotros? La verdad es que no, no se debe olvidar que todas estas creaciones existen hoy en papel, porque primero existieron en la mente de sus creadores en forma de ideas; y toda idea esconde un sentimiento intrínseco. Así pues, me atrevo a decir que sin lugar a dudas todo dolor de tipo romántico, trae consigo un sufrimiento inminente e inevitable. Cada quien lo maneja a su manera, existen personas más fuertes que otras, y eso es una realidad. Pero toda persona que realmente tiene un sentimiento y de repente lo ve roto, sentirá desvanecerse algo dentro de sí. No importa si sientes que se quiebra una pequeña ventana, o que se derrumba toda la casa dentro de ti: en cualquiera de los dos casos el dolor está ahí.

     Me gustaría poder dar el secreto para evitar esa realidad, pero no tengo ni idea de si al menos existe tal fórmula mágica.  Lo que sí puedo afirmar sin miedo a equivocarme es que el dolor es pasajero, sin importar lo fuerte que sea, disminuirá con el tiempo. En toda relación existen momentos que podemos atesorar y recordar, momentos felices capaces de sacarnos una sonrisa aún después de que todo ha terminado, puntos de plenitud total en nuestra vida que nadie puede borrar. Muchas veces nosotros mismos somos causantes de nuestra propia tristeza al cometer dos errores: olvidar todo lo bueno que existió en su momento y eliminarlo solo porque terminó; o aferrarnos a estos momentos como si con eso pudiésemos lograr que vuelvan, aún cuando sabemos que ya llegaron a su fin.

     En fin, si bien la tristeza, al ver cerrarse un ciclo en el que éramos felices, es inevitable, mi consejo es simplemente dejar que el tiempo pase y con su correr cure nuestras heridas, permitiéndonos recordar solo las cosas buenas que en su momento nos hicieron felices; pero sin volverlas un amarre que nos mantenga presos e inmóviles en un pasado que culminó. Todo barco necesita un ancla, algo que lo mantenga estable cuando se encuentra en un puerto, pero si no la levanta, jamás podrá reiniciar su camino y buscar nuevos horizontes. Por eso permite que los buenos momentos sean un tesoro que lleves contigo; pero si comienzan a envolverte de una forma negativa, solo recuerda: suelta el ancla.

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