domingo, 26 de junio de 2016

Carta a una desconocida

     A veces me pregunto si lees mis escritos. Y si lo haces ¿sabes cuáles han sido inspirados en ti? Supongo que sería mucho más fácil simplemente decírtelo, o colocar tu nombre. Pero prefiero que sea así, el anonimato le confiere cierta privacidad a mis palabras, te mantiene en una parte de mi vida que, aunque se puede leer, no se puede comprender del todo para quien no la vivió. Al fin y al cabo, siempre quedará la interrogante: ¿Qué tanto de mis palabras lleva tu nombre entre líneas? ¿qué porción es tomada de experiencias ajenas? y ¿qué fragmentos son simplemente reflejo de mi imaginación y mi capacidad de inventar?

     Cuando se trata de ti, mi cerebro adopta la estructura del mayor de los huracanes: tu imagen en el centro del torbellino, y un millar de ideas/recuerdos/pensamientos/preguntas girando a tu al rededor de una forma tan vertiginosa que me deja mareado aun cuando estoy sentado. El sentido común dicta que debería alejarme de esa peligrosa espiral, pero ¿qué se yo de sentido común? Con la fuerza con la que un niño se ve maravillado y atraído por las explosiones de fuegos artificiales a su al rededor; así me veo yo cautivado hacia la imagen central en esa tormenta: tú.

     Tú, en tu imperfecta perfección. Nos pasamos la vida buscado esa palabra a nuestro paso: perfección. Pero yo la hallé en ti cuando pude comprender que realmente nuestro concepto de una realidad sin fallas, sin errores, sin máculas, es tan utópico como falso. La verdadera perfección tocó las puertas de mi vida cuando pude sumar todos tus detalles; y amar cada uno de ellos: esa capacidad de siempre llegar tarde, tu mal humor ocasional o tu negación a hablarme simplemente porque no te gustó el final de un libro. Cada una de esas cosas (y de todas aquellas que no incluyo en la lista) te diferenciaban del resto del mundo, te hacían única, generaban esa persona que me pareció tan natural amar.

     Tú, con tus brazos que siempre se sintieron como mi hogar. Al estar entre ellos me sentía tan invencible como el más poderoso de los titanes. No existió tristeza que no se viese espantada de mi vida al verse envuelta por el calor que emite tu cuerpo. El que dijo que el tiempo obedece a las leyes de la física, nunca te abrazó. Aunque el reloj insista en que pasaron horas, puedo jurar que tan solo fueron unos segundos. Supongo que necesitaría una vida para estar conforme con uno de tus abrazos: al mejor estilo de una sustancia adictiva, siempre me dejaron deseando más.

     Tú, construyendo ese mundo en el que siempre fui tan feliz. Como si del mejor pintor se tratase, tomaste ese lienzo en blanco que era mi vida y la fuiste llenando de color, de líneas, de figuras; hasta obtener una obra maestra. Cada sonrisa, cada momento, cada beso e incluso cada discusión fue añadiendo capas, hasta que nos encontramos en nuestro propio paraíso en 3D. Desde ahí sentía que podíamos lograr lo que quisiéramos, que el mundo estaba al alcance de nuestras manos, que al estar juntos no había ninguna fuerza capaz de detenernos.

     Tú, lejos de mí. Ya que ni siquiera nuestro pequeño Edén fue capaz de detener el avance de un enemigo tan silencioso que solo lo vimos cuando lo tuvimos en frente: la vida y sus vueltas. Me gusta pensar que llegó a envidiar tanto nuestra felicidad juntos, que se opuso en venganza. O tal vez simplemente nuestro caminar en paralelo venía con fecha de expiración. No lo sé, pero es un hecho que hoy te encuentras fuera de mi alcance por factores que no podemos cambiar... al menos por ahora. Tal vez simplemente soy alguien muy optimista, tonto o testarudo; pero creo que la vida solo nos ganó una batalla, mas no la guerra: y que tal vez, en algún momento, podamos tener nuestro derecho a réplica y reconstruir ese mundo que dejamos atrás. O puede que tal vez seamos un capítulo feliz pero concluido en la historia de nuestras vidas. Tan solo el tiempo lo dirá.

     En fin, son solo palabras que podrían o no, ser escritas para alguien. Por eso prefiero terminar mi escrito diciendo que esto es tan solo la carta a una desconocida.

domingo, 19 de junio de 2016

Angelito Cruel

     Lo bueno de la soledad es que te permite poner las cosas en perspectiva. Cuando te encuentras solo contigo mismo, sin el ruido del mundo bloqueándote los pensamientos,  puedes apreciar aspectos de la vida que antes parecían no estar ahí. Supongo que por eso debo darte gracias, hoy creo ser alguien un poco más fuerte, o que al menos se conoce algo mejor a si mismo, y todo te lo debo a ti.

     Pero vayamos al principio de todo. Siempre he dicho que toda experiencia de vida es un aprendizaje que nos hace crecer como personas; sin importar que sea agradable o no, no existirá ocasión en la que no nos deje una huella, por pequeña que sea. También he manifestado a lo largo de mi existencia que si algo te hizo feliz en un momento, vale la pena recordarlo, a pesar del desenlace que haya tenido. Pero al tratarse de ti ¿cómo te defino? ¿me aferro a los buenos momentos o englobo todo en una gran mentira?

     La gente suele decir que una cara bonita puede ser suficiente para que cualquier hombre pierda de vista el norte de su caminar, o para que se estrelle con más fuerza que nunca. Siempre pensé que era solo un dicho tonto y sin sentido. Aunque tal vez tiene cierto grado de razón. Quizás fue la inocencia de tu rostro, lo dulce de tus palabras, lo cálido de tus brazos y lo embriagante de tus labios, lo que construyó esa burbuja en la que me envolví, aislándome del mundo; pero que se rompió con tal facilidad.
   
     Hoy, al mirar hacia atrás, no soy capaz de comprender si cada sonrisa a tu lado, si cada abrazo, si cada beso, fueron solo parte de esa gran actuación que representabas y en la cual fingías muy bien quererme; o si al menos uno fue sincero: si realmente logré hacerte sonreír con alguna de mis tonterías, si uno de mis abrazos logró transmitirte calor, o si al menos uno de mis besos fue para ti más que el simple roce de otros labios. Y la verdad es que no lo sé.

     Podría aferrarme a la idea de que al menos por un tiempo signifiqué algo para ti, o podría entregarme a la amargura de saber que no fui más que tu juguete mientras el cronómetro se acercaba a cero. Es difícil tomar partido cuando mi cerebro y mi corazón siguen discutiendo. Es cierto que al final me clavaste un puñal que sencillamente rompió algo muy dentro de mí; pero también es cierto que al estar conmigo tus ojos se iluminaban de una forma que sencillamente me amarraba a ti un poco más con cada mirada ¿Se puede fingir eso? ¿puede alguien lograr generar una máscara tan eficaz? ¿Sí? ¿No?... simplemente no lo sé. Tal vez solo era yo que reflejaba mis sentimientos en ti. Como sea, esa interrogante queda en el aire.

     Reconozco que a veces siento el impulso irrefrenable de buscarte, de mirarte a esos ojos, que tanto disfrutaba contemplar, y pedirte una explicación. Tal vez sería más fácil seguir adelante si pudiese comprender la verdad, si pudiese despejar de dudas mi mente... aún cuando el resultado no fuese de mi agrado. Pero no lo haré, a veces debemos cerrar un ciclo de forma forzosa y sencillamente seguir adelante.

     Lo único que puedo afirmar de todo esto es que, sin lugar a dudas, lograste marcar mi vida de una forma totalmente distinta a cualquier otra. Con muchas personas me había cruzado en mi transitar por el mundo: algunas buenas, y otras malas, para bien, o para mal, sencillas o complejas. Pero al intentar definirte a ti no soy capaz de decir si me topé con un demonio hermoso, o simplemente con un angelito cruel.

domingo, 12 de junio de 2016

Suelta el ancla

     En la vida tendremos éxitos y decepciones en una proporción casi idéntica. Nuestro paso por el mundo no es más que un continuo aprendizaje de nuestros errores, más que una cuenta de las veces que caemos y las que nos levantamos, más que nuestra voluntad de nunca dejar que la vida nos gane en este partido; todo eso define que al final, la tabla de posiciones nos coloque como ganadores o derrotados. Y, por supuesto, el amor y las relaciones no podrían ser la excepción.

     Solo es cuestión de observar cómo esta fuerza ha moldeado el mundo y nuestra concepción del mismo: por amor se libró la guerra de Troya, que enfrentó a dos grandes imperios durante 10 años en una encarnizada lucha, en la que el único premio era una hermosa mujer; por amor se edificó el Taj Mahal, que sin lugar a dudas es una de las construcciones más hermosas que se han creado sobre nuestro planeta; por amor se escribieron historias que siguen siendo inspiración para las nuevas generaciones, a pesar de tener siglos: sin importar la edad todos conocemos a los trágicos enamorados Romeo y Julieta.

     Pero partiendo de los amantes de Shakespeare podemos formular una pregunta: ¿Sale siempre victorioso el amor? Si recordamos la inmortal novela, sus protagonistas murieron como muestra de lo mucho que se amaban y como forma de oponerse a las fuerzas externas que se cernían sobre ellos y amenazaban con poner fin a su historia juntos. Ese simple ejemplo nos permite establecer que muchas veces son factores externos los que golpean una relación y la empujan al abismo; pero sin olvidar que la misma cantidad de veces son nuestros demonios internos los que terminan rompiendo la cúpula que sustenta la relación.

     Sea cual sea el motivo hay algo que sí debemos recordar: a diferencia de Romeo y Julieta, o del descorazonado Werther; la gente común no va por la vida suicidándose ante las dificultades amorosas. ¿Significa eso que los personajes literarios aman más que nosotros? La verdad es que no, no se debe olvidar que todas estas creaciones existen hoy en papel, porque primero existieron en la mente de sus creadores en forma de ideas; y toda idea esconde un sentimiento intrínseco. Así pues, me atrevo a decir que sin lugar a dudas todo dolor de tipo romántico, trae consigo un sufrimiento inminente e inevitable. Cada quien lo maneja a su manera, existen personas más fuertes que otras, y eso es una realidad. Pero toda persona que realmente tiene un sentimiento y de repente lo ve roto, sentirá desvanecerse algo dentro de sí. No importa si sientes que se quiebra una pequeña ventana, o que se derrumba toda la casa dentro de ti: en cualquiera de los dos casos el dolor está ahí.

     Me gustaría poder dar el secreto para evitar esa realidad, pero no tengo ni idea de si al menos existe tal fórmula mágica.  Lo que sí puedo afirmar sin miedo a equivocarme es que el dolor es pasajero, sin importar lo fuerte que sea, disminuirá con el tiempo. En toda relación existen momentos que podemos atesorar y recordar, momentos felices capaces de sacarnos una sonrisa aún después de que todo ha terminado, puntos de plenitud total en nuestra vida que nadie puede borrar. Muchas veces nosotros mismos somos causantes de nuestra propia tristeza al cometer dos errores: olvidar todo lo bueno que existió en su momento y eliminarlo solo porque terminó; o aferrarnos a estos momentos como si con eso pudiésemos lograr que vuelvan, aún cuando sabemos que ya llegaron a su fin.

     En fin, si bien la tristeza, al ver cerrarse un ciclo en el que éramos felices, es inevitable, mi consejo es simplemente dejar que el tiempo pase y con su correr cure nuestras heridas, permitiéndonos recordar solo las cosas buenas que en su momento nos hicieron felices; pero sin volverlas un amarre que nos mantenga presos e inmóviles en un pasado que culminó. Todo barco necesita un ancla, algo que lo mantenga estable cuando se encuentra en un puerto, pero si no la levanta, jamás podrá reiniciar su camino y buscar nuevos horizontes. Por eso permite que los buenos momentos sean un tesoro que lleves contigo; pero si comienzan a envolverte de una forma negativa, solo recuerda: suelta el ancla.

domingo, 5 de junio de 2016

Amor, Locura y Muerte

     Al comenzar el movimiento literario del romanticismo, todo buen seguidor de dicha corriente debía tener esos tres elementos en su obra. Pues bien, al mejor estilo del mismísimo Joven Werther, hoy narro mis propias cuitas.

Amor:
     Esa simple palabra presenta tantos matices diferentes, tantas escalas, tantos posibles sentimientos que resulta hasta complicada de entender. Pero, sin lugar a dudas, en uno de sus múltiples niveles lograste ubicarte tú en mi vida. No en vano, aún después del tiempo que ha pasado, sigues generando un vacío en mi estómago al verte… y una gran confusión en mi mente. Conocerte fue el mejor ejemplo de una reacción en cadena: después de contactar por primera vez con tus ojos ya no había vuelta atrás. Cada palabra me acercaba un poco más a ti, cada segundo a tu lado iba definiéndonos, cada abrazo te anclaba un poco más en mi pecho.
      
     Siempre será difícil explicar lo que sientes por alguien, creo que por eso los humanos hemos simplificado las cosas en palabras o frases cortas: te quiero, te adoro, te amo, eres importante, te necesito, etc. Pero pienso que la realidad es que cada una de estas expresiones lleva tras de sí un amplio abanico de pensamientos que realmente no pueden ser englobados en palabras. Si alguien me pregunta que sentí por ti, me dejaría en blanco… Como quedo cada vez que yo mismo me lo pregunto. Pero puedo responder con total convicción que contaba los segundos para volver a verte, que releía hasta el cansancio cada uno de tus mensajes, que me perdía en tus palabras simplemente porque eras tú quien las pronunciaba; que pasaba horas pensando simplemente en cómo hacerte reír; que al finalizar el día me quedaba dormido mientras pensaba en ti, que hubiese luchado hasta el final por protegerte del mundo y hacerte feliz.

Locura:
     Pero así como al llegar la medianoche se acabó el hechizo de la cenicienta, así nuestro reloj marco las 12 y dio fin a esta historia de la que fuimos escritores y protagonistas. La diferencia con el clásico cuento es que, en este caso, nuestra magia no se acabó sola… sino que tú misma apagaste su llama en tan solo un segundo. La razón me resultó tan desconocida en el punto en el que todo sucedió, como me resulta hoy al escribir estas palabras. La realidad se manifestó tan vertiginosamente frente a mí que el golpe me dejó aturdido, mareado, desorientado como nunca lo había estado. Y cuando busqué una respuesta en esa mirada que pensé que conocía, solo encontré el toque final que necesitaba para derrumbarme… y créelo, la caída fue muy dolorosa.

     Que diferente se vio el mundo al salir de la burbuja feliz en la que me encontraba, fue como cambiar del paisaje más colorido que había conocido al desierto más árido que puedas describir; como pasar de flotar en medio del espacio, a sostener el peso del mundo en mis hombros; como caer de las cortes celestiales a las profundidades del tártaro… todo en cuestión de segundos. Y contrario a buscar una salida, cada vez me hundí más en esa espiral. Durante semanas busqué el motivo, la causa, en qué me había equivocado; algo que me explicara o al menos me ayudara a entender por qué me arrojabas a través del vacío sin siquiera dudarlo… y no logré hallar la respuesta.

Muerte:
     Finalmente la sorpresa inicial pasó, el humo se dispersó y mis ideas se asentaron. Pero no mejoré, sino que mis sentimientos anteriores dieron paso a la tristeza, al dolor, a esa sensación de ruptura donde el ancla que te fijaba en mi pecho fue arrancada sin ningún cuidado o delicadeza. Verte pasó de ser el motivo de que sonriera cada mañana a ser el martillo que hundía un poco más los clavos de este sentimiento crucificado. Tu sonrisa, que antaño fuese mi delirio, hoy es un cruel recordatorio de un pasado que culminó y que sé perfectamente que no volverá. Algo tan simple como cruzar un simple “hola” contigo, ha pasado a ser todo un reto para mí; al fin y al cabo, tú has seguido con tu vida y yo… pues yo sigo vivo, o algo parecido a eso.

     De sorpresas está llena la vida, algunas agradables y otras no tanto; pero sin lugar a dudas jamás esperamos que sea justamente esa persona a quien deseamos fervientemente cuidar, la que nos dispare a quemarropa; esa que cada día intentamos hacer reír, la que nos borre toda alegría del rostro; esa que sencillamente queremos, la que nos suma en la amargura y el dolor.



     Y así pues, acá me encuentro, escribiendo todo un cúmulo de sentimientos en tan solo algunas líneas. Y esperando que la vida no me deje tan solo en un amor, locura y muerte; sino que con el paso del tiempo, y la unión lenta pero progresiva de estos fragmentos de “mí” que dejaste al irte, me regale una cuarta palabra que me permita seguir adelante: resurrección.