domingo, 15 de mayo de 2016

Un viaje fuera de mí

     ¿Alguna vez has estado fuera de tu cuerpo? ¿Sí? ¿No? Como sea. Yo sí lo estuve y es lo que hoy quiero narrar:

     El momento exacto en el que pasó aún es difuso, solo sé que en un punto todo era corriente, y de repente estaba flotando. Una experiencia francamente rara (como toda experiencia nueva), aunque mentiría si no dijera que fue liberadora.

     Como impulsado por un torbellino, salí disparado hacia arriba, y vi cómo todo se iba haciendo más pequeño: casas, cuadras, ciudades, países... hasta que al final pude ver la silueta de los continentes. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, pero tan solo duró un segundo. Al sol me acerqué y pude sentir el calor que me llenaba el cuerpo. Y, para agradecerle, conversé con él un rato. Me contó que estaba muy triste, pues a su amada cada día extrañaba. Pero sonrió cuando le recordé que al menos en cada eclipse se encuentran, y por unos minutos vuelven a estar juntos.

     Para aliviar su pena acepté llevar un recado a la Luna, quien, no pudiendo contener la emoción de tener noticias suyas, me reveló un secreto: que las estrellas que la acompañan cada noche en su pena, no son más que las promesas de amor que a diario nos hacemos los humanos; y que solo contemplándolas es capaz de esperar noche tras noche por su amado astro. Me ofreció quedarme a su lado y leer juntos cada estrella; solo me pidió que mantuviera el contacto entre ella y el sol. Gustoso habría aceptado, pero tu rostro vino a mi mente y sin dudarlo me negué, ya que solo contigo quiero contemplar las estrellas y buscarles un significado.

     Acabado mi peculiar encuentro recordé que mi lugar es en la tierra y en picada me abalancé, pero calculé mal mi caída y en medio del mar terminé. Posiblemente me habría perdido en su inmensidad, si una sirena a mi rescate no hubiese llegado. Debo haberle simpatizado, porque a su reino me llevó. Toda una ciudad subacuática, tan similar y al mismo tiempo tan distinta a las de la superficie. Si creen que un edificio de cristal es imponente, imaginen uno de coral y perlas. Al final del recorrido ante su señor me llevó, y me encontré ante la mirada del mismísimo Poseidón.

     Puedo jurar que pensé que en ese instante sería fulminado, pero en lugar de eso me preguntó cómo hacemos los humanos para siempre seguir adelante cuando se trata de decepciones en el amor. Le costaba comprender cómo sin tener la fuerza de un dios como él, nuestra especie siempre se levanta sin importar el panorama. Le expliqué que el secreto está en que siempre hay una segunda oportunidad, y es a eso que nos aferramos. Tanto le gustó mi explicación, que me ofreció hacerme inmortal y quedarme como su consejero. Nuevamente en mi mente apareciste, y por segunda vez en el día dije no; y es que poco valdría la inmortalidad sin ti a mi lado.

     La sirena que en principio me salvó, fue la encargada de llevarme fuera de los dominios del también llamado Neptuno. Con paciencia mi guía marcaba el camino, hasta que un sonido en mi mente intervino y mi atención robó. Un deseo irrefrenable se apoderó de mí, y en seguimiento de su origen me lancé. Fue tan rápido que a la sirena en un momento atrás dejé. Ante una puerta me encontré, y sin siquiera pensarlo la crucé. Después de escuchar la melancolía de un astro o las dudas de un dios, ya nada podía sorprenderme... o eso creía.

     Lo que mis ojos observaron, mi boca no lo puede repetir ni mis manos escribir. Solo podría entenderlo alguien que haya estado allí. Ahora comprendía por qué el sonido me deleitaba de tal manera, y es que ante mí se encontraba nada más y nada menos que un coro de seres celestiales. Llamarlos querubines, serafines o simplemente ángeles sería irrelevante. El punto es que la melodía más dulce que alguna vez escuchase oído humano venía de ellos, y aunque me encontraba a solo metros, no lograba distinguir las palabras que pronunciaban, lo cual era mi mayor deseo.

     Intenté acercarme a ellos, pero en un parpadeo un par de espadas mi camino bloquearon. Dos inmensos guardianes de alas tan blancas que lastimaba los ojos eran quien me cerraban el paso. Con mucha molestia pregunté por qué evitaban que avanzara; y muy serios me respondieron que todo aquel que escucha y comprende el canto de los cielos, a la tierra nunca más quiere volver. Pero al pensar en ti, les pude asegurar que yo tenía un firme motivo para regresar. Aunque repitieron que ellos nunca se equivocaban, me permitieron caminar el trecho que me faltaba. Y una vez que estuve a punto de poder tocar al coro, sus palabras cobraron sentido en mi oído. Eran solo dos, simples y sencillas, pero que para mi en ese caso valían más que cualquier maravilla: te amo.

     Y tan rápido como todo comenzó, el entendimiento a mi cuerpo de nuevo me lanzó. El calor que pensé que venía del sol, en realidad manaba de tu cuerpo. El mar de Poseidón, no era otra cosa que la profundidad de tus pupilas. Y el canto angelical, eran esas dos palabras, que había oído mil veces, pero que en tus labios cobraban vida.

     Y si se lo preguntan: No, ni me volví loco ni aluciné. Solo les estoy narrando la primera vez que la besé.

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