domingo, 17 de abril de 2016

Ojos de gato

     Una mirada basta para captar mi atención. Solo un leve atisbo de sus ojos. Pierdo el hilo de la conversación... y eso no es común en mí. La causante de mi distracción se sienta a tan solo un par de sillas. Fija sus ojos en mí por un par de segundos. Y es suficiente como para que mi atención quede realmente centrada en su mirada. Pero ¿qué tienen de especial estos ojos? No lo sé, mientras intento disimular mi laguna mental, observo inquisitivo su rostro. Y aunque es una cara muy linda, no sé qué es lo que me capta dentro de sus globos oculares. ¿Tal vez esa pequeña línea que los delimita y que nunca había observado? Puede ser, pero siento que hay algo más y me molesta no encontrarlo. Como sea, nos retiramos del sitio y ahí queda la chica de los ojos llamativos.

     Pero si todo fuese tan fácil, otro sería el título de esta entrada. La vuelvo a ver. Nos hacemos amigos. Y por fin puedo asociar algo mas en su mirada: me recuerda a la de un gato. Sonará raro y todo, pero es así. Siempre me ha parecido que los gatos en general tienen una mirada penetrante, que transmite, que se puede leer si se presta atención... y así son sus ojos. Solo es cuestión de días para comprenderlo. A veces sus ojos expresan más que su boca.  Con pequeñas variaciones en sus órbitas, me quedan claros algunos de sus pensamientos... y no entiendo para nada otros muchos. Dije que los gatos se pueden leer, no que yo sepa hacerlo.

     Por un momento no hablaré de ella. Es mi rostro el que expresa sorpresa. Mi ceño el que se tensa. Mis cejas las que se elevan bruscamente. Mis ojos los que se abren de par en par. Mi boca la que modula una única palabra: ¿Qué? Contrario a todo pronóstico les tengo una noticia: ojos de gato me acaba de decir que le gusto. Así, sin anestesia. Directo y conciso. Su mirada fija en mí. Mi cerebro procesando. Mis ojos clavados en la profundidad de sus pupilas, que no aparta de mí mientras espera una respuesta. No sé qué me envuelve más: sus palabras, o su mirada al decirlas. Pero votaré por la segunda. De hecho, al reconsiderar no estoy seguro de haber visto su boca mientras habla, es la forma en que me ve la que me tiene atontado. Sobra explicarlo: ojos de gato me gusta.

     Los siguientes días son como un impulso de energía. Nos acercamos. Pasamos tiempo juntos. Nos conocemos. Los minutos se sustituyen por horas, y realmente ni lo noto. Con cada momento cerca de ella descubro un nuevo detalle que hace que me guste más... pero el rey de todos sigue siendo sus ojos. Comienzo a acostumbrarme a perderme en ellos. Lo suficiente como para que la gente lo note y empiece a preguntar. En cualquier caso me siento bien. Y parece que ella se siente bien conmigo. Es como ir subiendo poco a poco en una montaña rusa.

     Pero como se sabe, toda montaña rusa baja en algún momento. Hay quien dice que una semana es larga. Para otros un mes es bastante. Y la mayoría afirmaría que un año es un espacio de tiempo amplio. Ahora pues, mejor ni preguntemos por un lustro. Y menos por uno junto a una pareja feliz. Una pareja que era pasado. Una pareja que decidió volver al presente. Una pareja que no es mía. Una pareja que, al ser nombrada, aún saca un brillo en sus ojos.  ¿Ya lo captan? Alguien más está decidido a ganar para sí esos ojos (de nuevo)... y me lleva 20 estaciones de ventaja.

     La dinámica se ve alterada por este nuevo jugador, pero no siento que sea del todo definitiva. Sin lugar a dudas de él está enamorada. Pero puedo apostar mis ojos azules a que conmigo quiere intentar algo. La noto confundida hasta en la forma como me mira. Yo me confundo. La vida es confusa... y se la juega de barrio. 

     Factores que no tienen que ver conmigo hacen que terminemos durmiendo una noche juntos. Abrazados. Solos. Pero solo durmiendo. Y aún así mi corazón bombea sangre como si en plena maratón se encontrase. Se está complicando la cosa, el gusto está dando paso a sentimientos... justo cuando puedo quedar fuera de la competencia.  Debato con mi mente qué hacer, mientras ella aún duerme abrazada a mi pecho. Mi mente está de vacaciones y no participa mucho en la conversación, hasta que en algún punto me duermo. Nos despiertan. Lo primero que observo al parpadear son sus ojos, pequeños, aún somnolientos, con una mezcla de alegría e inocencia mientras pronuncia un "buenos días" y me abraza. Si algo les puedo jurar es que en ese momento podía haberla besado... o haberme casado con ella... o que sé yo.

     Pero las cosas no son tan simples. No pasa. No funciona así. Mientras yo logro acumular apenas unos pocos momentos a su lado; su ex solo tiene que refrescar su memoria sobre los cientos que tienen juntos. Por simple lógica pueden calcular cómo van las tablas de posiciones. Una pista. No voy ganando. Y aunque subconscientemente lo entiendo; mi parte pensante (¡¡la que debería colaborar!!) se niega a asimilarlo. Cada vez que observo sus ojos me digo que vale la pena. Cada vez que mueren las palabras y solo queda nuestra mirada sostenida, tengo que hacer uso de toda mi concentración para no besarla.

     Y llegamos al clímax de la historia. A veces hay que saber retirarse a tiempo. A veces hay que entender las señales. A veces hay que sacar las cuentas y ver cuáles no se pueden cubrir. A veces hay que entender que unos ojos cautivantes no pueden inhibir tu raciocinio.

     Otra noche juntos. Una mañana de igual forma. Una salida programada. El metro. Todo bien. Hasta que, por simple casualidad de la vida, de uno de los vagones se baja su ex. De todos los vagones, de todos los metros, de todas las estaciones, de todas las horas; justo escogemos ese para irnos. Solo que no nos vamos. Su mirada se retira de inmediato de la mía. La dirección de sus movimientos cambia. Sus labios tocan los de él. Sus pasos se lo llevan a otro punto de la estación. Ni por un segundo voltea. Ni una palabra. Solo me deja ahí, solo. Cuando yo mismo me adelanto y logro captar su mirada, quedo inmóvil. No son los ojos de gato que me han mantenido cautivo durante este tiempo. No son las pupilas en las que me he perdido durante horas. No son los iris de los que he ido haciendo un mapa cerebral con cada cruce de miradas. No. 

     Me encuentro observando ojos ajenos a los que conozco. Ojos que lo miran como si fueran todo para ella. Ojos que con la única mirada que me dedican dejan claro el mensaje: no te acerques. Ojos que proclaman un ganador en esta carrera... o mejor dicho, que gritan que nunca fue una competencia. Que corrí yo solo, pensando que iba a algún lado. Así que sin más retrocedo, me alejo de esa mirada que no reconozco. Asimilo que para ojos de gato no soy nada. Y, con el último rayo de luz de esta historia, formulo un pensamiento: un par de veces pensé en que esos son la clase de ojos por los que se mataría... pero nunca pensé que ellos me matarían a mi. 

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