domingo, 5 de febrero de 2017

Ni el mejor

     Ni el mejor escritor podría hoy ayudarme a plasmar con palabras todo lo que quiero decirte. Aunque dedicáramos todas las frases que han sido creadas, aunque utilizáramos el tiempo que nos queda de vida, aunque no volviésemos a dormir: sencillamente estás mas allá de algo tan simple como las palabras.

     Ni el mejor músico podría componer la melodía adecuada para cantar toda tu perfección. Podría probar con cada instrumento, con cada nota de la escala musical, con cada posible combinación de acordes, y el resultado siempre sería el mismo: todo sonido se perdería, ante lo sublime de tu propia voz.

     Ni el mejor astrólogo podría encontrar una estrella más brillante que tu propia luz, esa que emanas al mundo, esa que convierte mi día a día en un mejor lugar. Aun cuando se valiese de los mejores telescopios y de la tecnología más compleja: es imposible, no existe una galaxia más  perfecta que las que creas tú al sonreír.

     Ni el mejor teólogo, sin importar su religión, podría no catalogarte como un milagro que camina, como la prueba misma de que a veces, solo a veces, los ángeles bajan a nuestro mundo para andar entre nosotros. Solo hace falta conocerte para comprender que estás más allá de nuestra imperfecta humanidad.

     Ni el mejor poeta podría componerte los versos y sonetos adecuados para congraciarse contigo. Aun cuando lo intentaran los inmortales Shakespeare y García Lorca, Neruda y Becquer, e incluso Benedetti; estoy seguro que sentirían como insuficiente todo lo que puedan decir de ti: y es que tú misma eres poesía pura.

     Ni el mejor pintor hallaría en su paleta los tonos adecuados, ni en su habilidad los trazos precisos tan necesarios para pintarte. ¿Cómo podrían, simples manos mortales, plasmar con exactitud y detalle la profundidad de tus ojos, la suavidad de tu piel o el fino contorno de tus labios? Simple: no podrían. 

     Ni el mejor escultor podría tallar las líneas de tu figura de forma adecuada. Aunque encontrase el marfil, el granito o algún otro elemento lo suficientemente puro para hacerte honor; hasta el más fino cincelado sería burdo, comparado con tus propias líneas. Incluso el grandioso Miguel Ángel, escondería avergonzado a su David,  si contemplase una sola vez tu silueta.

     Ni el mejor arquitecto podría diseñar un mundo más perfecto que el que día a día tú me vas mostrando. Un mundo tan pequeño como gigante, donde, a pesar de tan solo tener dos habitantes, entra todo el universo. Un mundo donde el tiempo transcurre a un ritmo distinto. Un mundo donde es la suma de las imperfecciones que lo componen, lo que lo vuelve perfecto.

     Ni el mejor explorador ha encontrado, ni podrá encontrar, un paisaje más perfecto que el de tu cuerpo. Y no exagero en lo más mínimo: montañas, selvas, cascadas, bosques, sabanas y playas hay muchas; cada una con su propio encanto. Pero ninguno te alcanza, sumado a otro hecho: TÚ, solamente existe una.

     Ni el mejor detective podría desentrañar el misterio de tu existencia en este mundo tan banal. Aun cuando pacientemente siguiera todas las pistas que deja tu andar, siempre se encontraría en un callejón sin salida, volviendo al inicio de todo. Es así: las cosas más hermosas, suelen no tener explicación.

     Ni el mejor ateo, aun aferrándose por completo a sus convicciones, podría negar la existencia de Dios al verte. Como sucede con todos los ángeles, puedo afirmar que fueron las mismísimas manos del creador las que te moldearon, formaron y, finalmente, dieron vida a tu sonrisa. Vida que transmites a diario, al mostrar esa misma sonrisa.

     Ni el mejor medico podría aislar los síntomas que me envuelven cada vez que estás cerca de mí, diagnosticándome y recetando un tratamiento en el proceso. Los latidos del corazón que se disparan, el nudo en la garganta, ese cosquilleo en el estómago, la sensación de que todo da vueltas excepto tú, la respiración que se me corta, el temblor de mis piernas que parecen incapaces de sostener mi peso. Cualquiera diría que padezco de una enfermedad ¿no? Pero entonces ¿por qué me siento tan vivo, tan pleno, tan feliz, tan... completo?

     Como ves, ni los mejores entre los mejores podrían hacer justicia a la perfecta imperfección de tu celestial existir. Y aunque yo no pretendo siquiera alcanzar a alguno de los citados maestros, si pretendo ser el mejor en algo: en hacerte feliz a diario, en sacarte esas sonrisas que llenan de luz cualquier momento, en inventar nuevas formas de abrazarte, en ser tu amigo y confidente, tu apoyo y cómplice, en tratar de evitar que la vida te logre derribar, y en ayudarte a levantarte con el doble de ánimo cuando logre hacerlo, en nunca rendirse. En fin, hoy me propongo ser el mejor en merecerte un poco más cada día.